La casa verde
La casa se veía a lo lejos. En un barrio como aquel,
caído en desgracia, una casa de dos pisos rodeada de jardín, con un ático
enorme y pintada de un verde descascarado llamaba mucho la atención. La gente
la veía a lo lejos y se imaginaba cosas. Algún tiempo perteneció a una familia
rica y de abolengo que se remontaba a más de cinco generaciones. Nadie de los
vecinos los conoció nunca. Se contaban historias de ella. Que si estaba
intestada y los herederos se peleaban desde hace décadas; que si los dueños se
habían vuelto locos y ahora sólo salían por la noche; que se oían risas en la
noche y se celebraban misas satánicas.
Uno
de los rumores más comunes es que ahí vieron unos europeos (la gente cambiaba
la nacionalidad de ingleses a franceses, de españoles a italianos) que vivían
una vida de lujos. Que dentro escondían joyas, collares enormes de oro y
objetos tallados que representaban una enorme fortuna para cualquiera que
quisiera entrar por ellos. Que un día, la pareja con sus rubios hijos, habían
tomado un avión privado y este, atravesando el océano, sufrió una avería
yéndose a perder al mar matando a toda la familia y dejando sin dueño la
fortuna de la casa verde.
Esa
fue la historia que escucho Darío y la misma que lo llevó a decidirse esa noche
a meterse en la casa para poder encontrar el tesoro. ¿Y porque nadie se ha
metido a buscar las joyas si ya llevaba mucho tiempo cerrada? Porque está
embrujada, le contestó la voz del rumor que tiene respuesta para todo.
Decidió
utilizar una lámpara de minero, una mochila y llevar una pistola pequeña que
utilizaba para sus atracos diarios. Saltó la verja de hierro fundido y cayó dentro
de un jardín de por fuera se veía descuidado pero por dentro era como si un
dedicado trabajador lo hubiera dejado listo para una fiesta. Darío se encontró
con que la vieja fuente en medio del jardín coronada por un ángel rechoncho
funcionaba a media noche y que una lámpara iluminaba desde abajo la figura de
piedra.
Entonces
llegó a la puerta principal y cuando intentó forzarla se abrió. Pasa, le dijo
un hombre sonriente. Dentro se celebraba una fiesta. Darío dejó en el piso su
lámpara, su mochila y la pistola. Tomó el vaso que le ofrecían y saludó a todos
los asistentes a la fiesta sintiendo de inmediato la bienvenida.
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