El Coyote de Mallorquí.
La escritura por si misma, no es un
oficio del cual se pueda vivir. La mayoría de los escritores reconocidos han
tenido que hacer diferentes actividades para complementar el exiguo ingreso de
las publicaciones. Algunos han tenido que trabajar de burócratas, diseñadores,
publicistas, maestros, vendedores, correctores de estilo, periodistas o dar
conferencias al por mayor. Otros han trabajado por destajo, ya sea escribiendo
cosas a favor del gobierno, del mecenas, o como escritores fantasmas, haciendo
cosas que no firman con su nombre.
Dentro
de estos se hayan los destajistas. Esos entes que cobran por cuartilla escrita,
por ideas redundantes o trilladas hechas a doble espacio por una sola cara.
Estos son los que retoman un guión cinematográfico y lo hacen al gusto del
cliente, los que realizan la autobiografía de determinado personaje, la tesis
de maestría o doctorado de algún tipo con dinero o los que hacen novelillas
cada semana.
Se
dice que Stephen King, tiene a sus escritores fantasmas a los cuales les da una
idea y ellos la desarrollan al estilo del maestro. Sin embargo, el trabajo más
cansado es el de los escritores de novelillas de vaqueros y géneros a fines.
Esas de bolsillo que cada lunes uno puede encontrar en los puestos de revistas,
en los supermercados y que tienen diferentes nombres como: Arcadia, Bisonte,
Kansas, Orgullo Mexicano, Punto Rojo y La Conquista del Espacio. Los
textos se hayan firmados por nombres tan disímbolos como Clark Carrados, Lou
Carrigan y Joseph Berna. Seudónimos que esconden a un español tras la
computadora.
Todas
son historias bastantes sobadas, impresas en papel barato, con dibujos hechos
con la misma precipitación de como se escribe. Vaqueros solitarios que buscan
justicia, viajeros espaciales que salvan mujeres en planetas distantes, jóvenes
buenos que pelean con momias o detectives que descubren la identidad del
asesino. Es en ese mar de letras (párrafos que duran un enunciado, todo para
dar la cantidad requerida por el editor) en la que los grandes emporios
editoriales españoles inundaban semana a semana a sus lectores, en donde nos
damos cuenta que la mayor parte de todo es basura. Sin embargo, y confirmando
la regla, se encuentran sus excepciones. Porque, por más que los pulps
sean ideas refriteadas, siempre tendrán su encanto. A caso no Dumas o Balzac o
Dickens o Payno hacían lo mismo, no escribían historias folletinescas para
poder vivir y ahora, al paso del tiempo, algunos de sus trabajos han sido
revalorados y sus obras por entregas son lectura obligada en las escuelas.
Aunque si Dickens viviera haría telenovelas y Dumas guiones para cult movies.
Guardando
las diferencias y más emparentado con Ian Fleming o Agatha Cristie, el español
José Mallorquí Figuerola, podríamos catalogarlo como esa excepción. Este
barcelonés comenzó en la Editorial Molino como traductor, después de muchos
trabajos burocráticos, para tiempo después comenzar a incluir material suyo en
la colección La Novela de Terror. Sin saberlo comenzaría su principal
ocupación, la de destajista. Si tomamos en cuenta todo lo que escribió desde
1939 hasta la fecha de su muerte en 1972, el buen J. Mallorquí, como firmaba,
hizo alrededor de cuatrocientas novelillas. Si ha eso le sumamos los guiones
radiofónicos (con los que ganó dos premios Ondas y un nacional de Radio) y
alguno que otro de cine, tenemos ante nosotros una imparable máquina de escritura.
Sin
embargo J. Mallorquí se destaca de sus demás colegas por el aire tan propio que
le infundía a sus escritos. Comenzó haciendo novelas "deportivas", un
subgénero que pronto feneció en España, dando paso al del western, en
donde Mallorquí crearía a su mejor personaje, El Coyote. En 1943 dentro de la
colección Novelas del Oeste, realiza bajo varios seudónimos (Carter Mulford,
Leland R. Kitchell y Mallory Ferguson) treinta y tres libros, siendo el número
nueve la dedicada un personaje cruza entre El Zorro y el ladrón legendario
Joaquín Murieta. Un año después, cuando se fundo la editorial Cliper se ofreció
a realizar una colección dedicada exclusivamente a narrar las hazañas de este
personaje.
El
Coyote es un tipo que abreva de varios héroes anteriores, como Pimpinela
Escarlata, Dick Dupin y otros tantos como el chino Golondrina Lin San, el
inglés Robin Hood y todos esos que roban al rico para darle al pobre. Pero el
Coyote es peculiar ya que está escrito por un español que varios siglos después
sigue adolorido porque California haya sido perdida ante los norteamericanos.
Cada página suya es un escrito de historia en la que nos habla de la antigua
propiedad española, de sus haciendas, de sus ranchos, de la vetusta ciudad de
Nuestra Señora de los Ángeles.
El
Coyote es un caballero, un mexico-español-norteamericano de suma inteligencia,
que viste como charro, solo que en un bonito (y chillante) color púrpura, con
un antifaz que le cubre la cara y que tiene siempre la palabra exacta para
enamorar a cualquier mujer o para reírse de un bandido, en un lejano oeste con
olor a pólvora. Detrás del mundo del Coyote se encuentra un J. Mallorquí
enamorado del nuevo mundo, de esa época en especial, con sus diligencias y sus
ranchos, de la añoranza del imperio perdido, como se aprecia cuando una de sus
creaciones. Ricardo Yesares, el personaje padre de EL Coyote, bautiza a su
negocio "Posada del Rey Don Carlos". El mismo que en sus dominios no
se ponía el sol.
La
mayoría de su personajes son estereotípicos, porque supo usar todos y cada uno
de los convencionalismos del género con gracia, a veces con candidez. Estaba el
gemelo idéntico que ayuda al Coyote a ser visto en dos lugares, los rusos
malos, la damisela en peligro y hasta un Némesis, la Banda de la Calavera. Es
más, Cesar de Echagüe, la identidad secreta de El Coyote, es muy similar a la
del Zorro, un cobarde sin la máscara, todo un héroe con ella. Pero lo que lo
diferencia con este personaje es que Cesar es un caballero, a la antigua usanza
española. Como lo demuestran diversos pasajes en que la caballerosidad está
presente y el honor es más importante que todo.
Puede
pasarse páginas enteras en un diálogo entre dos hombres de rancio linaje, que
parece una lucha de palabras para ver quien es más honorable. Tal vez esto de
remarcarlo, en ocasiones hasta todo un capítulo, es para demostrar como los
norteamericanos viven para y por el dinero, no importándoles nada más. Ya que
en el mundo de J. Mallorquí son muy pocos los norteamericanos que son buenos,
justos y nobles.
Los
criollos que detentan sus posesiones en la California de Mallorquí caen en
desgracia por malos manejos de las nuevas autoridades gringas, por asaltantes
gringos, por triquiñuelas de abogados gringos o por una mano en Washington que
siempre es gringa. Los indígenas y mexicanos son una suerte de amigos cercanos,
de compañeros de dolor, de fieles seguidores del Coyote. Casi siempre son la
nobleza en estado puro. Son dicharacheros, buenos compañeros y muy pocos son
malos. Pesa sobre ellos un terrible problema, son unos malagradecidos. ¿Por
qué? Por haberse independizado, por haber convertido a la Nueva España en una república.
Rompiendo
toda regla de las novelillas por destajo (donde la idea es que la los
acontecimientos se sucedan uno a otro, como una máquina de relojería con el
único fin de entretener), J. Mallorquí se detiene a dar clases de moral e
historia, a escribir párrafos y párrafos ensayísticos, ya sea sobre la tristeza
de que las misiones, "que tanto ayudaron a los indígenas", hayan
desaparecido "primero por ese gobierno liberal" y luego por la
ambición norteamericana, o sobre lo felices que seríamos todos si todavía
fuéramos un virreinato.
Las
historias del Coyote están perfectamente armadas para durar de 60 a 70 cuartillas,
nunca más, nunca menos, terminando en un final esperanzador. El malo es
castigado y el bueno logra hacer justicia. Están cifradas a manera de misterio,
con pistas por todos lados, que el Coyote va descubriendo poco a poco. De
cierta manera es un Batman charro, porque tiene todo el dinero del mundo, pero
sin el trauma infantil de Bruce Wayne. En lugar de Batimovil, usa un caballo
negro y por batarang una Colt 45.
Sin
embargo, las novelillas son una saga, a pesar de que cierran una misma historia
cada tanto. No acaban y vuelven a empezar. En los 192 títulos que duró El
Coyote se murieron muchos personajes, hubo varios Coyotes, el hijo de Cesar de
Echagüe llegó a la adolescencia, algunos se casaron y la ambición
norteamericana siguió creciendo. En todas y cada una de esas páginas J
Mallorquí siguió ofreciendo su visión colonialista de que si España gobernara
sería mejor.
Es
curioso como esto es remarcada muchas veces, hablando siempre de los buenos
vinos de Castilla, de la añoranza de los personajes al estar bajo la protección
"de la bandera rojo y oro de la madre patria", escribiendo siempre
México o Texas con "J", como si negar esta letra fuera suficiente
para desaparecer el legado indígena de aquellas tierras.
El
Coyote llegó a su fin en 1953 y no porque a Mallorquí se le haya cerrado el
cerebro, sino por su cambio de residencia a Madrid y porque al parejo seguía
haciendo otras historias, llenándose de trabajo hasta el tope.
El Coyote fue todo un suceso en España.
Un mito que se volvió poco a poco en leyenda. Había fans que lo visitaban en su
casa y le preguntaban por su personaje. Los españoles Jesús Cuadrado y
Francisco F. Larrondo le dedicaron un libro La Novela popular en España:
José Mallorquí. Como si para un escritor por destajo un homenaje de papel
no fuera una ironía. Sus novelas seguirían reeditándose, hasta llegar al comic
y a algunas películas, que a decir de conocedores, no son muy buenas. Y es que cómo llevas a la pantalla esa candidez,
esos diálogos acartonados, llenos de retórica, los planes rocambolescos para
atrapar criminales, los personajes tiesos y hasta ese aire de paraíso que
gozaba la California de Mallorquí.
Es
obvio decir que sus herederos siguen viviendo de los kilos y kilos de novelas
que escribió en vida. En 1983 Ediciones Forum se hizo de los derechos del
personaje y ofreció una reedición con los dibujos de Hans Romberg y algunos
escritos sueltos de Mallorqui, en una cuidada publicación en dieciséis tomos.
La mayoría llegaron a México y ahora se consiguen en librerías de viejo. Así
que si algún día vez un libro con unas letras rojas enormes diciendo Coyote,
con un charro de piel morena, enfundado en un traje de color chillón, cómpralo.
Es basura, pero te va a gustar.
(Texto escrito hace ya 10 años y que no ha visto la luz de manera física, está incluido en el libro de ensayos "El misterio está en la luz" publicado por Crunch Editores.)
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