Te veré en el infierno, Kurt Cobain de Rubén Don

Then that Cobain pussy had to come around and ruin it all.

Randy The Ram Robinson

La vida sin música es un error, dijo Nietzche y concuerdo perfectamente con la afirmación. Y no porque sea Nietzche, ese santón filosófico que se cita para dar legitimidad a cualquier dicho, si no porque la vida sin música sería aburridísima, cansada, y sin sentido. La música crea ideologías y las ideologías la crean a ella.

Desde que los reproductores personales se popularizaron cada uno ha creado el soundtrack de su vida y por lo consiguiente vive el sueño de su ídolo. En la novela de Rubén Don, “Nos veremos en el infierno, Kurt Cobain”, Santander, el personaje principal, se convierte en una especie de nihilista grungero, que si bien no idolatra a Cobain, si lo tiene en un nichito cerca de otros de sus otros santos.

Santander es un pijo apenas salido de la adolescencia que tiene que lidiar con su mal genio, el final de clases y esa sensación de estar hastiado de todo, cansado de vivir, cuando ni siquiera sobre pasa la veintena de años. Sensación que era el signo en los noventas y sigue siendo la moneda común para muchos adinerados sostenidos por el papá. El chamaco, se las arregla para ligarse a su psicóloga, a la mamá de un condisípulo y a dos que tres compañeras de no mal ver. Y a pesar de eso, sigue enojado. De alguna extraña manera Rubén Don se las arregla para que no soltemos el libro y sigamos leyendo las peripecias malditas de este Holden Caulfield, pero finisecular y chilango.

La diferencia con el personaje creado por papá Sallinger, es que Santander si se atreve a enloquecer y no se queda al margen. Que Santander se deja llevar por la circunstancia sin medir los límites o las consecuencias. Se abandona al momento porque sabe que el futuro es ahora (neo geo dixit).

Las referencias a la literatura norteamericana menudean y van desde los Beats, hasta Faulkner, desde Nación Prozac hasta Generación X, del canadiense Douglas Couplan, dos de los libros que se convirtieron en manuales de vida en los noventas. Y la música, la música es el hilo conductor. “Nos veremos en el infierno…” es una novela musical, una película, un tour de forcé en el mejor MTV de la ultima década del siglo XX. Don hasta se permite el detalle de brindarnos la discografía como créditos al terminar el filme. Como aquella canción de Radiohead.

El libro esta armado como una especie de diario, además de la evidente bitácora de supervivencia, en el que se van reuniendo todos los avatares que atraviesa Santander. Rubén Don logra crearnos expectativa a cada momento. El solamente mencionar a su amigo el Kurt, sin que aparezca a lo largo de varias páginas (algo similar a lo que pasa con Neal Cassady En el Camino), el fallido concierto final, los robos a la chequera paterna y el no saber a donde se dirige el libro nos hace no parar de leerlo. No paras porque sabes que una acción desemboca en otra y poco a poco se va desenredando ese entramado de deseos, con sexo ocasional, mucha coca y tragos a la orilla de la alberca.

Don hace un retrato de una generación que vio crecer frente a ellos un puñado de músicos que cambiaron el mundo, de una manera u otra, pero que estaban tan dopados que no se dieron cuenta de lo que pasaba en frente a sus narices, por lo que es necesario recapitular.

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