Cruz diablo

Dos que se quieren se dicen cualquier cosa
El indio Solari

Me gustaba su culo argentino, por eso me acerqué a ella. Disfrutaba verla desnuda en mi cama fingiendo que dormía. Mi mundo se ceñía a ella, a verla, a rendirle adoración al templo del culo perfecto. Nuestro encuentro no fue nada semejante a una aparición fantasmal o un rayo de luz que caía del cielo para avisarme que aquella mujer era para mí. Simplemente, en un momento de la reunión ella estaba en la mesa buscando una cerveza y la vi ahí, con el pantalón apretado y su cabello lacio, del cual se enorgullecía. Pero no recuerdo si con una remera de greenpace.
                    Cómo acabamos bebiendo en una banca de una botella de tinto no tengo la menor idea. Lo que recuerdo es que le canté una canción de Los redondos, Cruz Diablo, la única que me sabía completa, porque no me creía que me gustaban. Entonces, aquel pantalón que le apretaba la fresa de su vagina calentó mis piernas.
                    Ah, que delicioso fue entrar al hotel y luego de tapar los espejos con cobijas, por su pinche paranoia, disfrutar de aquel cuerpo que había deseado toda la noche. El sabor de su piel en mi boca se mezclaba con el del vino. Le quité el jean y comencé a besar su cola con dedicación, con paciencia. No podía quedar un solo sitio sin haberlo tocado con mis labios.
                    Al otro día todo se hizo humo. Quiso irse cuando despertó acompañada en aquella habitación. Se levantó de la cama y me dijo que si no hubiera sido porque estaba borracha no hubiéramos acabado juntos. Le respondía que no, mientras buscaba un cigarro en los dormidos pantalones tirados en la alfombra. Si no hubiera sido por Los Redondos no te hubieras acostado conmigo. Ella era bajita, con el cabello lacio y una mirada nerviosa que se movía constantemente.
                    ¿Tenés coca? Preguntó quitándose la blusa que se había dejado para meterse a bañar. Los pibes con los que cojo siempre tienen coca. Yo no, no me gusta andar todo nervioso, contesté. Pues sos un gil… o un pendejo. No el pendejo nuestro, sino el suyo, gordo.
                    Nos fuimos a mi casa con la promesa de que allá tendría más alcohol (un JB) y discos de Los Redondos. No te creo, gordito, no vas a tener nada. Si querés probar mi lengua de sable, será mejor que tengas lo que prometes. Con lo poco que me importaba su lengua pero cumplí. La mañana se hizo tarde, la tarde noche y así se acumularon uno tras otro los días, hasta que llegó uno en que simplemente se paró y se fue.
                    Me dediqué a limpiar, a trapear el piso, a tirar la comida podrida del refrigerador y a reponerme de la borrachera enorme que significaba tenerla ahí. Avisé en mi trabajo que me había enfermado y me fui a conseguir mate, porque berreaba desesperada por beber uno.
                     Conseguí un Taraguí con palo y me aprendí algunas canciones más de Los Redondos. Solari es un capo, lo repetía hasta el cansancio. Los Redondos son inigualables, che, no hay nada como Los Redondos. Le platicaba como había conseguido algunos casetes en Buenos Aires y me decía que nunca entendería bien a bien lo que significaban Los Redondos. Ser ricotero es todo, gordito, es todo. Es una forma de vida, es acostumbrase a vivir en la calle, a no vivir de pavadas como la fama y la plata. ¿Entendés? ¿Sabés quienes son Los Redondos? Me preguntó una noche. No, le contesté sinceramente. Los redondos soy yo, se hicieron carne en mí, yo soy Los redondos.
                    Una noche alguien tocó a mi puerta y resultó ser ella, la ricotera, la que no se callaba y me jodía por no tener mate, la argentina del culo hermoso. ¿Me extrañabas gordito?, me dijo dándome de besos. Volví a enférmame, a desconectarme del mundo porque el puerto del Buen aire volvía a desembarcar en la laguna del águila y la serpiente.
                    Mi jefe llamó enojado al cuarto día y no me quedó más que decir que estaba enamorado. ¿Y tú de que vives?, le pregunté luego de hacerme a la idea que tal vez perdería mi trabajo. De mi culo, ¿de que más? Nunca supe hacer nada. Cómo crees que entré al último concierto en Obras sanitarias. Con el culo che, con el culo.
                     Me persiguen, sabés, me dijo. Me persiguen porque envenene a mucha gente. Era limón, vendía mi cola y coca. Cuántos no habré matado siendo limón. Por eso me muevo, por eso voy de aquí para allá. Así que disfrutame porque soy tu lujo. Le contesté que su ego era tal cual reza el lugar común en los porteños. Me voy a ir gordito, esta ricotera se va a ir.
                    Una tarde me mandó al descenso robándome algo de mis ahorros y un par de casetes. Me hice un mate, me senté en un sillón y me convencí que era un iluso (siempre un iluso). Nuestra estrella se agotó, canté y ella nunca volvió.

Comentarios

  1. Brillante relato plagado de poesía, señor, lo felicito.
    Yo soy porteño, lamentablemente, y te puedo asegurar que hay muchas minas asi, pero yo me alejo de ellas porque mi cabeza de arriba le gana de mano a la de abajo (aunque justamente el sexo no sea lo que más tenga en mi menú diario).
    Te mando un saludo gigante desde la tierra de la adoración al culo en todas sus formas. También te dejo una frase que una vez escuché decir, sobre el hecho de tener sexo con cualquiera, sin importar raza, religión ni género, a un patovica (no sé cómo dirán allá, pero acá se llama así a los que cuidan la entrada a los boliches/discotecas): "Un culo es un culo".
    Abel
    P.D: La piba seguramente era del conurbano bonaerense (cercanías de la Ciudad), abundan más ricoteros por ahí.

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    1. Gracias Abel. Visité Buenos aires gracias a Oesterheld y a Carlos Trillo y regresé más enamorado de esa ciudad. Ya me encontré con una ricotera, espero algún día beber con el Loco Chávez.

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