Babadook, o la reinvidicación de la maternidad

Los medios gringos, con su tendencia a magnificar todo, han tildado a la cinta australiana Babadook como la “película más terrorífica de la década”. Ese tipo de sentencias más que ayudarla producen haters que harán lo posible para descalificarla. Además, crean expectativas que el público muchas veces no siente satisfechas. Sin embargo, en una cosa no se equivocan, es una gran película. Tal vez no sea la más escalofriante, ni la más perturbadora (como afirmó Stephen King en su Twitter) pero si es una cinta que se aleja del común del género. Género que muchas veces se solaza en el sinsentido.


William Friedkin, el director de El exorcista, cuando la vio se ofreció para echársela al hombro y lograr una mejor distribución. La cinta fue realizada luego de que su directora, la neozelandesa Jennifer Kent, decidiera aceptar un trabajo ínfimo al lado de Lars von Trier en Dogville. «Sólo quería ver a un gran director trabajando, para ver cómo lo hace. Lo más importante que aprendí de él fue a tener coraje. Es obstinado, y hace lo que quiere», dijo a la revista neoyorquina The Cut, sobre su experiencia con el director danés.

Babadook es el relato de una viuda y lo difícil de criar un niño en soledad, pero también es la historia de un monstruo (casi una sombra) que poco a poco irá tomando para él la casa y la vida de madre e hijo. Kent homenajea al cine de terror de la época silente de distintas formas, ya sea poniendo en una pantalla de televisión a Nosferatu, al Fantasma de la Ópera y a Bela Lugosi, o basando su monstruo, el Babadook, en una suerte de versión caricaturizada del vampiro de Londres después de medianoche, interpretado por Lon Chaney.

Muchos han querido ver Babadook emparentada con cintas de moda, como El conjuro o La noche del demonio. Nada más alejado de la realidad. Al utilizar un unbelieve narrator es más cercana a esa rareza dirigida por Michael Walker llamada Paranoia o al clásico de Roman Polanski, Repulsión.

La somnolienta madre, Amelia (Essie Davis) comienza poco a poco a perder la cordura cuando su hijo Samuel (un estupendo y odioso, a ratos, Noah Wiseman) asegura que un monstruo proveniente de un libro pop-up lo acosa por la noche. El Babadook se convierte así en un fantasmagórico padre que acosa a la pequeña familia. Uno debe confiar en lo ellos observan y desentrañar si lo que ven es cierto o no.

Kent se las arregla para crear atmósferas y situaciones que producen desazón, melancolía y miedo. Pero también para contarnos lo difícil que es la crianza de una madre soltera y un niño problemático. Kent nos muestra cómo la maternidad no es un asunto donde una madre da todo por su descendencia. Desacraliza la relación familiar más idealizada de todas y convierte a madre e hijo en seres reales, tan reales que a veces uno los odia. Tal vez es el sustrato que el espectador promedio no alcanza a percibir y por el cual el final lo deja insatisfecho.
Sin vender la trama podemos decir que el Babadook habita siempre en las partes oscuras de la casa o abiertamente en el sótano. Lo cual habla de su naturaleza subconsciente y por ende, de la imposibilidad de destruirlo.

Con seguridad esto es lo llamó la atención de William Friedkin. No olvidemos que El exorcista es a fin de cuentas el relato de lo difícil que es para una madre sobrellevar la entrada a la pubertad de su hija. Lo que causa terror en ambas cintas es el cuestionar la maternidad y la crianza (el Diablo atosigando a Karras con la voz de su madre lo confirma). El mal proviene de nosotros mismos y no hay conjuro que pueda salvarnos.




BABADOOK

Dirección y guión: Jennifer  Kent; Producción: Kristina Ceyton, Kristian Moliere; Fotografía: Radoslaw Ladczuk; Edición: Simon Njoo; Música: Jed Kurzel; Elenco: Essie Davis (Amelia), Noah Wiseman (Samuel), Daniel Henshall (Robbie), Tim Purcell (Babadook), Hayley McElhinney (Claire), Cathy Adamek (Prue).


Australia, 2014  –  93 min.

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