Ricardo Piglia "Sobre el género policial"

Los relatos de la serie negra deben ser pensados en el interior de cierta tradición típica de la literatura norteamericana antes que en relación con las reglas clásicas del relato policial. En la historia del surgimiento y la definición del género, el cuento de Hemingway Los asesinos tiene la misma importancia que Los crímenes de la Rue Morgue, el cuento de Poe que funda las reglas del relato de enigma. En esos dos matones profesionales que llegan a Chicago para asesinar a un ex boxeador al que no conocen, en ese crimen “por encargo” que no se explica ni se intenta descifrar están ya las formas de la policial dura, en el mismo sentido en que las deducciones del caballero Dupin de Poe preanuncian la historia de la novela de enigma.
Durante años los mejores escritores del género (Hammett,
Chandler, Cain, Goodis, McBain) fueron leídos entre nosotros con las pautas y
los criterios de valor impuestos por la novela de enigma. Visto desde esa
óptica, Al morir quedamos solos o La maldición de los Dain eran malas novelas
policiales: confusas, informes, caóticas, parecían la versión degradada de un
género refinado y armónico.
La novela policial inglesa había sido difundida con gran
eficacia con Borges, que por un lado buscaba crear una recepción adecuada para
sus propios textos y trataba de hacer conocer un tipo de relato y de manejo de
la intriga que estaba en el centro de su propia poética y que por otro lado
hizo un uso excelente del género: La
muerte y la brújula es el Ulysses del
relato policial. La forma llega a su culminación y se desintegra.
Las reglas del policial clásico se afirman sobre todo en el
fetiche de la inteligencia pura. Se valora antes que nada la omnipotencia del
pensamiento y la lógica imbatible de los personajes encargados de proteger la
vida burguesa. A partir de esa forma, construida sobre la figura del
investigador como el razonador puro, como el gran racionalista que defiende la
ley y descifra los enigmas (porque descifra los enigmas es el defensor de la
ley), está claro que las novelas de la serie negra eran ilegibles: quiero decir
eran relatos salvajes, primitivos, sin lógica, irracionales. Porque mientras en
la policial inglesa todo se resuelve a partir de una secuencia lógica de
presupuestos, hipótesis, deducciones, con el detective quieto y analítico (por
supuesto el caso límite y paródico resuelve los enigmas sin moverse de su celda
en la penitenciaría), que en la novela negra no parece haber otro criterio de
vedad que la experiencia: el investigador se lanza, ciegamente, al encuentro de
los hechos, se deja llevar por los acontecimientos y su investigación produce
fatalmente nuevos crímenes; una cadena de acontecimientos cuyo efecto es el
descubrimiento, el desciframiento.

El policial norteamericano se mueve entre el relato
periodístico y la novela de enigma. La figura que define la forma del
investigador privado viene directamente de lo real; es una figura histórica que
duplica y niega al detective como científico de la vida cotidiana. Maurice Dobb
cita varios documentos sobre al situación social en EE.UU. en los años 20 que
permiten ver surgir al investigador privado en las grandes ciudades
industriales como una policía privada contratada por los empresarios para
espiar y vigilar a los huelguistas y a los agitadores sociales.
(El confidente de la ley: en un sentido desde Dupin, el
detective es un confidente, el hombre de confianza de la policía.)
Pero al mismo tiempo hay un modo de narrar en la serie negra
que está ligado a un manejo de la realidad que yo llamaría materialista. Basta
pensar en el lugar que tiene el dinero en estos relatos. Quiero decir, basta
pensar en la compleja relación que establecen entre el dinero y la ley: en
primer lugar, el que representa la ley sólo está motivado por el interés, el
detective es un profesional, alguien que hace su trabajo y recibe un sueldo
(mientras que en la novela de intriga el detective es generalmente un
aficionado que se ofrece “desinteresadamente” a descifrar el enigma); en
segundo lugar, el crimen, el delito, está siempre sostenido por el dinero:
asesinato, robos, estafas, extorsiones, secuestros, la cadena es siempre
económica (a diferencia, otra vez, de la novela de enigma, donde en general las
relaciones materiales aparecen sublimadas: los crímenes son “gratuitos”,
justamente porque la gratuidad del móvil fortalece la complejidad del enigma.
En última instancia (pienso en Cosecha roja de Hammett, en
El pequeño César de Burnett, en ¿Acaso no matan a los caballos? De McCoy) el
único enigma que proponen —y nunca resuelven— las novelas de la serie negra es
el de las relaciones capitalistas: el dinero que legisla la moral y sostiene la
ley es la única “razón” de estos relatos donde todo se paga. En este sentido,
yo diría que son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra:
deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas. Relatos llenos de
contradicciones, ambiguos, que a menudo fluctúan entre el cinismo (ejemplo:
James Hadley Chase) y el moralismo (en Chandler todo está corrompido menos
Marlowe, profesional honesto que hace bien su trabajo y no se contamina; en
verdad, parece una realización urbana del cowboy). Creo que justamente porque
estos relatos son ambiguos se producen entre nosotros lecturas ambiguas, o,
mejor, contradicciones; están quienes a partir de una lectura moralista
condenan el cinismo de estos relatos; y están también quienes les dan a estos
escritores un grado de conciencia que jamás tuvieron, y hacen de ellos una
especie de versión entretenida de Bertolt Brecht . Sin tener nada de Brecht
—salvo, quizás, Hammett— estos autores deben, creo, ser sometidos, sí, a una
lectura brechtiana. En ese sentido hay una frase que puede ser un punto de
partida para esa lectura: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”,
decía Brecht, y en esa pregunta está —si no me engaño— la mejor definición de
la serie negra que conozco.
De "Asesinos de papel: ensayos sobre narrativa policial" autores: Jorge Lafforge y Jorge B. Rivera
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