VHS- Toma chocolate

La película era una sucesión de sketches musicales que iban hilando la
historia. En el acto que recuerdo, Pons salía con un enorme saco de pieles al
escenario, que simulaba ser una sala de juicios al estilo inglés, con un
malgeniudo juez y un jurado vestido con pelucas blancas y togas del mismo
color. La cubana le explicaba al magistrado que su delito se debía por bailar
el cha cha cha. Al parecer era un asesinato incidental. En un momento dado un
par de policías, nuevamente al estilo inglés, la despojaban del saco dejándola
en un breve traje plateado que permitía
al espectador observar la buena figura de aquella mujer de cabello corto y piel blanca como la leche.

Recuerdo que en más de una ocasión
corrí al baño para vaciarla la tensión que levantaba en mí esa escena. Que, en
la soledad de mi cuarto por la noche, recordaba esos muslos duros y musculosos
de la Pons, su cara de inocencia al explicarle al juez su culpa y como aquella decena de hombres del jurado
bailaban alrededor de ella siempre con mirada lasciva. Años después entendía
que la escena era una suerte de gang bang y que la cara de niña inocente, pero
sexual de la Pons hacía que todo aquella no fuera tan inocuo como se creía. Yo,
como Pancholín, también hubiera matado por esa mujer.
Hace unos años mi hermano, un par de
primos y yo veíamos la película mientras echábamos una cerveza. A manera de
confesión les dije que a la Pons le había dedicado parte de mis ensoñaciones de
adolescencia. La respuesta fue unánime. Todos lo habían hecho.
Columna aparecida en Playboy México de Septiembre.
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