VHS- Toma chocolate

La primera mujer que recuerdo despertó algo que no era simple disfrute de su belleza, fue la cubana María Antonieta Pons. Tendría yo escasos 11 años y ella apareció en la sala de mi casa a través de la televisión. La película era El teatro del crimen, una suerte de película policiaca donde un hombre es asesinado y un investigador, durante el inauguración del reciento investiga al culpable, descubriendo al final del show que el asesino era el payaso Pancholín (Manuel Medel), quien enamorado de la vedette Rosa Montejo (la Pons), había matado a su rival.
            La película era una sucesión de sketches musicales que iban hilando la historia. En el acto que recuerdo, Pons salía con un enorme saco de pieles al escenario, que simulaba ser una sala de juicios al estilo inglés, con un malgeniudo juez y un jurado vestido con pelucas blancas y togas del mismo color. La cubana le explicaba al magistrado que su delito se debía por bailar el cha cha cha. Al parecer era un asesinato incidental. En un momento dado un par de policías, nuevamente al estilo inglés, la despojaban del saco dejándola en un breve traje plateado que permitía  al espectador observar la buena figura de aquella mujer de cabello  corto y piel blanca como la leche.
            La bailarina, libre de esa pesada prenda, daba rienda suelta al baile, haciendo que el jurado se levantara a acompañarla. Mientras tanto, el juez la reprendía por no haber ayudado al muerto. En un momento dado todo se resuelve con una ligera multa y un “toma chocolate, paga lo que debes”.
            Recuerdo que en más de una ocasión corrí al baño para vaciarla la tensión que levantaba en mí esa escena. Que, en la soledad de mi cuarto por la noche, recordaba esos muslos duros y musculosos de la Pons, su cara de inocencia al explicarle al juez su culpa y  como aquella decena de hombres del jurado bailaban alrededor de ella siempre con mirada lasciva. Años después entendía que la escena era una suerte de gang bang y que la cara de niña inocente, pero sexual de la Pons hacía que todo aquella no fuera tan inocuo como se creía. Yo, como Pancholín, también hubiera matado por esa mujer.

            Hace unos años mi hermano, un par de primos y yo veíamos la película mientras echábamos una cerveza. A manera de confesión les dije que a la Pons le había dedicado parte de mis ensoñaciones de adolescencia. La respuesta fue unánime. Todos lo habían hecho.
Columna aparecida en Playboy México de Septiembre.

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