Chequeo médico (fragmento de novela)

El doctor se acercó a mí con un escalpelo en la mano. El lugar donde me encontraba parecía extraño. Las ventanas eran redondas y sólo dejaban ver un líquido multicolor, en el que dominaba el verde, dando vueltas, como en una lavadora, como un remolino, como si tuviera vida. El médico vestía de blanco con un tapabocas azul y una cofia del mismo color. Yo permanecía sentado sin moverme en la mesa de auscultación. Esta era fría y parecía hecha con tubos de fierro. Los otros muebles: una silla, una báscula y una escalerilla para subir a la mesa, hacían juego. Estaba desnudo con la piel reseca y moretones en los muslos y pecho. El frío calaba.
El doctor acercó su rostro al mío. En el ojo derecho traía una especie de microscopio con una luz muy potente. Con ese artefacto me observó las pupilas, pareció pensar un poco el diagnóstico y dijo por fin que estaba enfermo.
—¿De qué? —Pregunté angustiado. Se alejó unos pasos. El escalpelo producía pequeños brillos. Sus manos enguantadas hacían rechinar el látex.
—Tiene un alto grado de testosterona en el cuerpo. —No tenía ni idea de que podría significar eso. —Esto lo hace muy masculino, pero a la vez lo convierte en una bestia en brama continua. Si por usted fuera, se acostaría con cuanta mujer tuviera a la mano. No lo culpo, son sus impulsos, sus instintos. Todos pensamos que vivimos en la era del racionamiento, que la civilización y las computadores nos van a volver mejores seres humanos y no es cierto. —El escalpelo se movía al compás de sus palabras, como si este llevara el ritmo. —Seguimos siendo animales. Fuimos hechos para aparearnos durante todo el año, aún cuando la pareja este preñada. Es un mecanismo para mantener a los machos en el hogar. Si no fuéramos dueños de esa lujuria perenne los hombres y las mujeres viviríamos separados y la especie hubiera desaparecido desde hace mucho. El sexo mueve el mundo.
Me dolía el cuerpo por el frío que hacía. Mi pene estaba erecto. Esto me sorprendió.
—¿Nunca se había preguntado por qué hombres y mujeres viven peleándose a diario, pero siempre en comunidad? Estoy seguro que uno de los dos vino de otro planeta y se amoldó a la forma de vida local. Si no fuera por el sexo usted, yo, todos seríamos homosexuales. Las mujeres tienen más posibilidades de sobrevivir. Ellas pueden inseminarse.
El tipo era un genio.
—No se preocupe, estoy aquí para ayudarlo. Le voy a curar esa lujuria desmedida. Eso le hará un hombre mejor, con más calma, no tomará sus decisiones en función del principio del placer, si no con la mente despejada, con ecuanimidad. Ya no le importará sobresalir o ganar dinero para lograr tener una familia. Nada de eso le afectará. Sin la necesidad natural de ser un proveedor para conseguir su cuota de sexo, podrá dedicarse a lo que en verdad quiere.
Entonces sonó un timbre atronador. Se escuchó por todo el lugar. Fue tan fuerte que me lastimo los oídos. El médico me tomó del miembro en un rápido movimiento y levantó en alto su escalpelo. De improviso supe lo que iba a hacer.
—La castración es la respuesta. La libido disminuirá a su mínima expresión. Todos sus problemas son causados por su miembro y yo lo voy a curar.
El sonido crecía en fuerza. El doctor parecía no percatarse de él.
—¡No! ¿Está loco! —le grite empujándolo para tratar de escapar.
—Esto está comprobado. —El tipo se desgarró la bata dejando ver su desnudés. Su piel estaba llena de cortes, casi en carne viva. Había sangre por doquier y donde debería estar su pene no había más que una sutura de varios centímetros.
Salté de la mesa. No había salida. El sitio era circular y parecía girar sobre su propio eje. El timbre sonó de nuevo, esta vez como el choque de un meteorito con la tierra. Me caí al suelo en medio de la confusión. Sentí al doctor encima de mí con mi pene entre sus manos.
Entonces me desperté.
Me asomé por la mirilla: Afuera, Carmen tocaba con notable desesperación. Cambiaba de un pie a otro y me gritaba bastante enojada. Me puse un pantalón y una camiseta. Zitlali seguía dormida. Me calcé unos Convers sin calcetines, eché la cartera a una chamarra de cuero que descansaba sobre la mesa y salí corriendo. Cuando iba a abrir regresé a despedirme de Zitlali. Le di un beso en la mejilla.
Al abrir Carmen estaba furiosa. Quería entrar pero me interpuse, cerré la puerta tras de mí y le dije que nos fuéramos.
—Es Tirso, está ocupado. Por eso no te abría. Estaba en el baño.
—Pero si llevo como media tocando. Te fui a buscar al trabajo y me dijeron que no sabían nada de ti. Es la segunda vez que vengo para acá.
—Lo que pasa es que me enfermé del estómago y cuando llegué Tirso ya estaba ocupado con una tipa que apenas conoció. Me fui a mi cuarto y me dormí.
—Pues tómate un Pepto, ese lo arregla muy rápido.
—Ya lo hice, estoy bien.
El sol de la tarde me dio de lleno en los ojos. Me sentía rebosante de energía, con ganas de hacer muchas cosas, de mentarle la madre a mi jefe y escupirle su trabajo. Lo había decidido, no me iba a casar, ni a tener hijos y mucho menos iba contribuir con nada a la raza humana. Que se jodieran los premios Nobel, los prohombres, esos que están en los libros de historia; que se jodieran las fronteras, los nacionalismos, las verdades absolutas, las redes de información, las matemáticas, los griegos, los romanos, los aztecas y los mayas. Que quemen los libros sagrados, el Coran, la Biblia y todos los demás. Nos habíamos olvidado de vivir. ¡A la chingada la literatura! ¡Que se chingaran todos! Ya estaba harto. A partir de ese día solo quería coleccionar momentos, vivir al día. El Apocalipsis estaba cerca y si de cualquier manera estaba condenado al infierno, pues tenía que gozar un poco más en la tierra.
Besé con efusividad a Carmen. Tenía dos mujeres bellas, las dos de tanto en tanto insoportables, pero era su naturaleza; no estaba enfermo terminal, que más podía pedir. ¿Cerveza gratis?
—Vamos a Soriana, tengo que comprar un regalo. —Dijo Carmen abrazándome. Se había contagiado de mi buen humor.
—Vamos.
Mientras caminaba silbé el estribillo de la obertura 1812.

Fragmento de la novela inédita (Testosterona). La ilustración es de Jose Javier Reyes.

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