Rompecabezas de un Tzompantli

Un asesino serial comienza a matar en la Ciudad de México. De inmediato llama la atención porque sus matanzas conllevan una serie de rituales que remiten a los sacrificios humanos de la época prehispánica. Al mismo tiempo el bonachón periodista de cultura metido a nota roja, Casasola intenta indagar sobre lo que sucede con los indigentes del centro de la ciudad en la llamada “Comunidad George A. Romero”. Sin embargo, el reportero tendrá que abandonar su crónica por la nota urgente y desentrañar quién se esconde detrás de las siniestras matanzas.
Toda la sangre es la segunda novela de Casasola, el periodista cultural venido a menos que al quedarse sin trabajo decide hacer sus pininos en el “Semanario Sensacional” y resolver, como es su costumbre, casos que rayan con lo sobrenatural; cosa que Bernardo Esquinca sabe contar muy bien. La primera aventura de este personaje se da en La Octava plaga, novela editada en Zeta que contaba el caso de una asesina serial peculiar. Lo cual conforma un díptico hasta hora, que nos ofrece ya un mundo muy particular creado únicamente con elementos que podríamos llamar chilangos.
La novela es además de un thriller entretenido,   —que no da pausa pese a su extensión—  una declaración de amor al centro histórico de la ciudad. Esquinca vive ahí, entre palacios y ruinas arqueológicas, así que uno obtiene un tour privilegiado a las partes secretas que esconde la urbe: su pasado indígena, los viejos pasos que servían como puertos para chinampas, las catacumbas de la Catedral, los sitios donde se asientan los indigentes, los edificios abandonados que dan vivienda al poder detrás de las sombras y toda la oscuridad que no se ve a simple vista. Toda esa mezcla va creando un sabor que lo mismo respira aires de El complot Mongol que de cuento fantástico y del fascismo mexicanista del primer priísmo.  
Esquinca es consistente con sus temas: el terror y el crimen. Con esos elementos logra hablar de muchas más cosas sin sonar pedante. Por ejemplo, pasa revista a un enorme Jack London que ha sido encasillado como autor juvenil por su obra más conocida, Colmillo Blanco (en sí misma una gran historia) pero se deja de lado lo que ahora podríamos llamar nuevo periodismo. También recupera el relato cotidiano, la crudeza de la nota roja y sus infinitas formas de contar la crueldad humana. ¿No es acaso el ficticio Semanario Sensacional el apodo bajo el que se esconde El Nuevo Alarma? ¿No es ahí donde empiezan muchas de las historias policiacas que acabaran volviéndose novelas?
Como ya hizo antes Rafael Bernal y Paco Ignacio Taibo II en su momento, Esquinca no siente ningún tipo de pudor de situar su trama en un ambiente tan conocido como lo es la Ciudad de México. Bernardo hace caminar a su personaje en esas míticas calles que antes recibieron la sangre indígena de los sacrificios ya sea a los dioses aztecas  o al dios español. Además se atreve a publicar consecuentemente terror en un país donde la crítica literaria ve a los géneros y a los escritores que maman de ellos, como un mal menor, como adolescentes que no han dejado los pantalones cortos. Esta afrenta se paga con el ninguneo. Sin embargo Esquinca ha obtenido poco a poco un lugar privilegiado y una buen andanada de lectores que le permiten dedicarse al género sin problema.

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