Tú sabes no soy bueno


Desperté en otro hotel. Era una habitación pequeña, pero que daba al centro de la gran ciudad. Salude a mi acompañante desde la cama mientras ella contestaba el celular e iniciaba el Skype para proseguir con su vida diaria. Una mujer ocupada, muy ocupada, de gran mundo, tres idiomas y una cuenta larga de teléfono.
Yo era ahora solo un bulto en la cama, ayer era el especial nocturno, el gran conquistador, el hombre al que se le cumplían sus fantasías. ¿Así te gusta? ¿Me inclino más? El tipo que ofrecía plática y sonreía. El que no volteaba a ver a ninguna otra mujer. “Tengo hambre”, dijo entre una y otra llamada. “¿Podrías poner algo de música?“ Encendí la computadora y seleccioné algo que nos gustara a los dos. Ayer había sido pop basura cortesía de ella (con grandes interpretaciones mías), mezclado con mi necedad de oír grandes éxitos del lounge y de acid jazz.
Puse en mi lap a Amy Winehouse, You know I’m no good. Me desperté con esa tonada y quería oírla en la habitación. Ella traía sus lentes de leer y esa bella bata de seda vietnamita. Toda una princesa. Me puse mis viejos pantalones de mezclilla deslavada y le avisé que me iba a bañar. “Yo muero por desayunar.”
En el baño leí la típica advertencia de “si usted olvido algo nosotros…” pedí todo, peine, cepillo de dientes, hilo dental, un par de aspirinas… “No tenemos, pero hay paracetamol.” Luego de ducharme la encontré vestida. ¿Estás enojada?, dije. Me contestó con un largo beso que por poco se convertía en sexo sobre la alfombra, pero el rastrillo y lo demás tocaron en ese instante.
Parecía una artista en su paseo dominical. Lentes negros, cabello suelto y ropa holgada. Yo traía la misma ropa de ayer, ella sabía que no regresaríamos a su casa, yo sólo fui a charlar. En la terraza del hotel, donde desayunamos el buffet dominical, encontré a una cuarentona de muy buen ver, a un par de políticos de más de setenta, una familia de gringos que disfrutaban el melancólico sonido del salterio y a la mujer más hermosa del mundo enfundada en mezclilla azul y una tierna blusa con cuello v que dejaba ver su breve y delicioso pecho.
Me serví dos o tres veces jugo de naranja con mandarina y barbacoa. Mientras ella fue al baño me acerque a la chica y le pregunté su nombre. La chica se espantó. Tal vez todavía olía a sexo, pensé. Le pedí disculpas por el atrevimiento y profundamente afectado por su negativa le dije que una cara tan linda como la suya me obligaba a hacer tonterías. Sumé dos o tres lisonjas más que me salieron de muy dentro del alma. Ella se fue con su plato a las mesas del solar. Me quedé como vampiro en donde los rayos de la mañana casi no calaban.
Al poco regresó mi acompañante y pidió nos fuéramos de ahí. La tome de la cintura y nos alejamos del restaurante. Antes de salir, voltee hacia atrás y descubrí a esa criatura hermosa con su escote asomándose a la jarra de jugos especiales (green juice). Le hice adiós con mi mano libre y ella me contestó de la misma manera un poco despistada. Le sonreí.
Luego imaginé que delicioso sería despertar con ella un buen día por la mañana. Sentir su delgado cuerpo junto al regordete mío, y platicarle hasta entrada la tarde. No soy bueno, le diría y sabría que en un desayuno podría pasarle lo mismo que a mi actriz dominical en descanso.
Cuento Publicado hace casi más de un año en la Jornada de Oriente.

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