La
pornografía tiene como motivo principal motivo transgredir, más allá de su
efecto excitador, la porno debe de contravenir las convenciones sociales para
ser; por lo cual “es importante que los dominios del porno sigan siendo
prohibidos.” Eso afirma Naief Yehya en su más reciente libro “Pornocultura”. Si
bien antes ya había ahondado sobre el fenómeno en su anterior trabajo, “Pornografía, Obsesión sexual y tecnología”,
es en este que reflexiona sobre cómo lo antes prohibido, lo escondido, nos ha
tomado por sorpresa y se ha metido poco a poco en nuestra vida cotidiana.
En
este extenso ensayo, Yehya hace un recorrido por aquellos primeros cómics que
ayudaron a los veteranos de la Segunda Guerra a Mundial a paliar su dañada
hombría ya que a su regreso las mujeres habían ocupado sus puestos de trabajo;
por las películas de sexo duro filmadas en los sesenta en donde la mujer era
sometida a oscuras perversiones y demás manifestaciones de la cultura popular en
las que la transgresión, el buscar el límite es parte de la diversión. Y donde
se adivina una hombría apaleada que intenta dar la pelea mostrando su lado
violento.
Yehya
deja claro que la pornografía se ha colado a través de la red, de la
televisión, de la prensa en la política y en la milicia. Recapitula los sitios
dedicados a mostrar los horrores de las supuestas guerras limpias de Estados
Unidos contra Irak y Afganistán, que aseguraban tener objetivos quirúrgicos y sin
civiles muertos. Sin embargo, también nos cuenta como dichos sitios acabaron
siendo lugares en que los soldados podían burlarse de la muerte de los
invadidos. Nos narra los escándalos producidos por las torturas de las cárceles
y reflexiona sobre la supuesta libertad de expresión que esgrimen los grupos en
internet que perpetran la agonía de los lugares invadidos.
Hace
un recorrido por las ejecuciones de los extremistas islámicos y las de los
narcotraficantes mexicanos que aparecen en el Blog del narco. De la misma
manera nos hace entender como las “inocentes” grabaciones con los celulares
inteligentes acaban convirtiéndose en la principal atracción de las
pornovenganzas.
A
fin de cuentas, como dice el escritor avecindado en nueva York: “La pornografía
tiene que ser lo que es. No creo en la pornografía como una herramienta de
liberación ni de sometimiento, es un espejo de nuestras fantasías.”
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