El Birdman sin Vengador, o de como filmar película sin cortes
Nunca me ha
entusiasmado en demasía la obra de Alejandro González Iñárritu (ahora G.
Iñárritu). Si bien Amores Perros se
ha convertido en La película mexicana
en el mundo, me sigue pareciendo dispareja, con personajes interesantes, bien
dirigida, actuada, con un par de historias deslumbrantes pero con una trama
intermedia que hace que decaiga mucho y con un conflicto moral bastante pequeño
burgués. Iñárritu se catapultó hacia Hollywood con la primera llamada de las
sirenas y allá replicó lo que había hecho aquí: tres historias, un conflicto
“humano” y una dirección que me seguía pareciendo demasiado hecha para agradar
a los críticos.
Cuando
trato de hacer memoria sobre 21 gramos
o Biutiful no llega nada a mi mente.
Ni bueno ni malo. ¿De Babel? claro
que sí, la breve escena en donde Rinko Kikuchi separa sus piernas y muestra su
entrepierna. Ver lo nuevo de Inárritu, es curioso, no me molesta ni me emociona.
La idea de ver Birdman vino de un
rompimiento en su habitual manera de llevar su trabajo, dentro de lo
políticamente correcto de Hollywood. El chilango ha hecho su trabajo de lobby
entre la crítica gringa y europea granjeándose halagos hacia su trabajo. El
Negro, como era conocido, de improviso dijo que había roto con lo que venía
haciendo y se había atrevido a tocar terrenos desconocidos.
Birdman confirma
su decir. En principio de cuentas se arriesga con actores con los que no había
trabajado; por ejemplo, un Michael Keaton poco querido en taquilla. Los cambios
también se perciben en el guión, atrás quedaron esos actos muy pensados, este
parece estar escrito sobre la marcha, con una idea general pero completado por
más de una persona, en este caso cuatro: Nicolás Giacobone, Alexander
Dinelaris, Armando Bo y el mismo Iñárritu.
Pero
tal vez el mayor acierto del mexicano fue no hablar de lo no que no conoce y
centrarse en el mundillo en el que está imbuido. En sus anteriores películas
cometía la equivocación de tratar de retratar un mundo del cual solo sabía de
oídas: el de los marginales. Como casi todos los cineastas mexicanos cuando se
topan con la pobreza lo ven desde la lente de quien desayuna caviar. Ejemplos
sobran: De la calle, Navajazo y las que se acumulen.
Aquí,
Iñarritú da rienda suelta a un humor ácido sobre el mundo del cine, de la
actuación y del teatro. La cinta narra la búsqueda de redención de un actor
famoso hace años por protagonizar una saga superheroica. Riggan Thompsom (Michael
Keaton), desea demostrarles a críticos, amigos y público, que puede ser más que
un “hombre en botarga”, por lo cual decide adaptar los textos de Raymond Carver
(autor minimalista, antípodas de los relatos de superhéroes), y montar una obra
de teatro.
La
cinta, contada a través de un largo plano secuencia (trucado, claro está), nos
va revelando los entretelones de una obra en Broodway: la forma en que se
maneja a la prensa, las veleidades de los actores, los problemas con los
productores, los dramas internos, las carreras comprometidas y la dureza de los
críticos. Iñárritu hace uso de un humor negro antes no visto en él, para ir
desnudado uno a uno a los personajes y en el camino ofrecer una crítica visión
del mundo de la farándula.
El
logro técnico le pertenece completamente a Emmanuel Lubezki, quien logra unir
todas y cada una de las escenas sin que su trabajo sea invasivo. Su cámara,
como un obseso observador, se entromete en las bambalinas y las calles de los
acontecimientos. No es de extrañar que él también fuera culpable del plano
secuencia de Gravity.
Un
acierto dentro de la historia es mezclar la realidad con la ficción. Los
chistes abiertos a gente de la vida real (“Podría contactarte con el cirujano
plástico de Meg Ryan”) y los internos llenan de vida una cinta que va de la
comedia al drama. Keaton se interpreta a sí mismo (el fue Batman y ese es su
cruz), tal y como Edward Norton lo hace (se dice que Norton siempre quiere
imponer su visión en cada película), logrando que la cinta sea una especie de
juego privado al cual somos invitados.
Birdman es muy
neoyorquina, es decir, pedante y pequeño burguesa, pero también inteligente y
atrayente. Uno se deja llevar por esta vorágine de estímulos que lo mismo
mezcla poderes sobrehumanos, que suicidios en el escenario, recriminaciones
familiares que sexo real en escena. Al final, el hombre que busca ser
reconocido por su talento actoral acaba convertido en un trend topic más… Y tal vez gane un Oscar.
Publicada originalmente en Pez Banana 15
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